El batey estaba dividido en zonas: los empleados vivían en Brooklyn, la clase media en Nueva York y los gringos, dueños de todo, en Washington, con su golf y sus sirvientes.
Nueva York y Washington eran caserones de pino montados sobre pilotes de tal forma que el suelo quedaba, como se dice, en el aire, porque el batey fue construido en la cuenca de la bahía de Nipe y cualquier crecida del mar podía inundarlo. Los techos a dos aguas; marquetería amarilla –dicen que ese color resiste el salitre.
En Washington vivían, por ejemplo, subjefes de las áreas del central Preston, que daba nombre al batey y era su centro, pero sus casas también eran propiedad de los gringos, así que pagaban unos diez pesos de renta y podían ser tan desalojados como el empleado común si, por el motivo que fuere, dejaban de trabajar para la empresa que controlaba Preston: la United Fruit Company (UFCo).
La división de Brooklyn con Nueva York era un puente de madera, pequeña copia del puente neoyorquino.
Brooklyn era cabañas sobre pilotes a las que llamaban cuarterías: una decena de dormitorios con salita y cocina; el baño público. Una familia en cada dormitorio, negra la mayoría: jamaicanos, bahameses, trinitarios, cubanos. Eran mano de obra contratada por una media de dos pesos diarios.
A Pipoy le tocó nacer en Brooklyn, de madre planchadora y padre chofer. Con 17 años, en 1952, empezó a trabajar para un norteamericano, jefe de Tráfico del ingenio. Pipoy, que se llama Eugenio Montero, era su caddie: le asistía en el golfito. Caminaba kilómetros detrás de la bola, la bolsa a cuestas. Le pagaban 30 centavos el juego.
Había poco empleo y mucha gente se pasaba la vida amontonada a la puerta del central, esperando para ocupar el puesto de cualquiera que fallara. Por eso Pipoy se puso contento cuando, en 1954, el míster le preguntó si quería trabajar como limpiador de máquinas. Tenía que fregar locomotoras y vagones de caña con una estopa ocho horas al día, por tres pesos. Mientras había zafra. Tiempo muerto era tiempo de parálisis y había que vivir de cualquier cosa. Pocos permanecían en el ingenio, rehabilitando máquinas. Mucha gente se iba hasta la próxima zafra; muchos buscaban cualquier otro oficio. Pipoy consiguió un bote y aprendió a pescar.
La vida dependía de la UFCo porque la UFCo había construido un pequeño mundo de casas y gente para hacer funcionar aquel ingenio.
A finales del siglo XIX, en Cuba se producían y exportaban grandes cantidades de banano para satisfacer las altas demandas del mercado estadounidense. Con ese fin, la familia Dumois, comerciantes fruteros radicados en Baracoa, emprendió asociaciones y contratos con terratenientes y campesinos de la zona de Banes, a unos 15 kilómetros de la bahía de Nipe, actual provincia Holguín, hasta controlar 8 000 hectáreas de platanales. Fue un negocio fructífero; luego esas tierras fueron devastadas por tropas mambisas al reiniciarse la gesta independentista nacional, en 1895. Dos años después los Dumois, endeudados, traspasaron acciones –entre ellas las de esta zona– a la Boston Fruit Company, empresa norteamericana que en marzo de 1899 se fusionó con la Tropical Trading Co. Ltd para establecer la United Fruit Company.
Andrew Preston y Minor Cooper Keith, dueños de la Boston y la Tropical respectivamente, se habían dedicado por mucho tiempo al comercio frutero, al punto de que ambos dominaban gran parte del mercado del banano en Estados Unidos. Al asociarse, la UFCo se expandió rápidamente por países como Honduras y Guatemala.
Cuba figuraba entre los mayores productores de banana del momento: en 1892 había exportado más de siete millones de racimos. Sin embargo, Andrew Preston decidió dar un giro al principal objeto de su empresa y dedicarse, en la Isla, al azúcar. Cuba era líder tecnológico en la fabricación de azúcar crudo. Además, según el historiador Antonio Santamaría, el desarrollo de industrias refinadoras en Estados Unidos había propiciado que, desde 1880, ese país comprara más del 80 % del producto cubano.
Así, en 1899 la UFCo emprendió el montaje de un central en la bahía de Banes, exactamente en Cayo Macabí, y de todo el andamiaje necesario para hacerlo funcionar: vías férreas y trenes donde transportar caña, muelle para el embarque del azúcar, que se enviaría directamente a Boston, y un batey tan acondicionado que los trabajadores del ingenio apenas tuvieran necesidad de salir de él.
Cuenta el historiador José Luis Reyes que este poblado, nombrado Boston, “sentó las bases para la distribución físico-espacial de los nuevos enclaves azucareros fomentados en la región”, pues fue dividido en tres áreas esenciales: la de producción, dominada por la fábrica; la de instalaciones administrativas, socioculturales y comerciales; y una zona residencial fraccionada en estratos, como más tarde harían en Preston. También fueron construidas una iglesia, tienda, oficina de correos, fonda.
El central Boston fue inaugurado en 1901. Tenía una capacidad de molida de 85 000 arrobas de caña diarias. Dos años más tarde, mientras subían los precios del azúcar a partir del Tratado de Reciprocidad Comercial Cuba-Estados Unidos, su producción rozó las 20 000 toneladas (1 769 911 arrobas).
“Alentado por la favorable coyuntura, Andrew Preston consideró oportuno fomentar otro central azucarero, para lo cual procedió a segregar unas 50 000 hectáreas de los antiguos Terrenos de Nipe. Como la operación implicaba ciertos riesgos, el proyecto no fue asumido directamente por la UFCo, sino que se constituyó una nueva empresa, la Nipe Bay Company, que, con la garantía de las tierras traspasadas por Preston y Keith, lanzó valores al mercado por algo más de cinco millones de dólares. Dichos fondos financiarían la construcción de un nuevo central y el fomento de plantaciones cañeras aún más extensas que las de Banes”, explica el historiador Oscar Zanetti.
El nuevo ingenio, bautizado Preston, fue fundado en febrero de 1906. Su capacidad para moler 100 000 arrobas de caña diarias lo hizo figurar, al igual que el Boston, entre los más prominentes de la Isla. Contaba con las más avanzadas maquinarias de la época, que eran sustituidas cada cinco años por otras más nuevas. Hacia el batey –donde construyeron clubes, escuela, hospital, un aeropuerto con dos vuelos diarios a Santiago de Cuba y, en 1928, un hotel– trajeron mano de obra de disímiles nacionalidades.
Los chinos operaban la centrífuga.
Los españoles atendían la parte constructiva.
Los jamaicanos eran soldadores, mecánicos.
Trinitarios: estibadores.
Haitianos, macheteros, no vivían en aquellas cuarterías sino en chozas en los cañaverales.
Cubanos: oficinistas, contadores, traductores, mecanógrafos.
En 1907 el Boston y el Preston produjeron, juntos, 57 000 toneladas de azúcar. Tres años después, explica Zanetti, estas inversiones habían madurado y, con un flujo productivo mejor organizado, totalizaban 134 000 toneladas: más de un 7 % de la zafra cubana de 1910. En 1929 sumaron 290 000 toneladas, su récord histórico.
Félix Beltrán llegó desde Las Villas en 1936, de cazafortunas. Encontró empleo como limpiador de carros de caña; aprendió a manipular un equipo para fregarlos de forma mecánica y se volvió, en cierta forma, imprescindible, pues también podía limpiar los tanques de mieles y de petróleo. Tenía trabajo incluso en tiempo muerto y cobraba cien pesos la semana. Para entonces los gringos, que habían concebido cada dormitorio en las cuarterías para un hombre solo por una renta de dos pesos mensuales, ya permitían instalar familias, así que cuando Félix conoció a la que luego fue su esposa en un carnaval de Mayarí se la llevó consigo a la cuartería número 4529. Ahí, en 1941, nació Miguel.
“Yo no tuve que trabajar de niño”, dice Miguel Beltrán. Su padre pudo pagarles a él y a sus dos hermanos los 6,50 pesos mensuales que costaba séptimo grado en una escuela católica; también los 7,50 de octavo; 8,50 noveno.
De la misma manera que se reemplaza un equipo obsoleto, la UFCo incitaba a sus trabajadores a tener hijos para garantizar la continuidad laboral. Según Julio César Urbina, historiador local, la compañía asumía los gastos de enviar algunos niños a Jamaica, a prepararse en las distintas líneas del negocio azucarero. Cuando estaban listos para el ingenio sus padres se retiraban sin el miedo constante al desalojo.
Miguel Ángel García llegó a Preston en brazos de su madre, con dos años. Ella se había casado con un empleado del muelle. La miseria obligó a que Miguel Ángel dejara la escuela con 15 años para ser mensajero del ingenio. Su tarea era llegar a la fonda y traer almuerzo. No daba suficiente. Cada trabajador le pagaba solo 35 centavos por una semana trayendo encargos. Se dedicó a vender pudín, después a limpiar zapatos.
Con 21 años, en 1957, le ofrecieron un puesto de carpintero. Había empezado otra temporada de mantenimiento al batey y al ingenio, que ocurrían cada cuatro años, y hacía falta gente. Los amigos de Miguel Ángel también se sumaron. “Mandaban dos brigadas raspando casas y otras dos pintándolas”, recuerda. Lo suyo era hacer tablones en la carpintería. “Si llegabas tarde tenías que esperar a las 12:30 p.m., después del descanso para el almuerzo, y te descontaban la mitad del día. Pero si trabajabas un minuto extra, te lo pagaban”. Al año siguiente llegó al central como limpiapisos por tres pesos diarios. “Pero si, por ejemplo, faltaba un embudista, me decían ‘Pasa para el embudo’. Ganaba cuatro horas por aquí y ocho por allá”.
A diferencia de otras empresas, la United se encargaba por su cuenta de cada fase del proceso azucarero. Según Oscar Zanetti, más del 80 % de la caña que consumían el Preston y el Boston era cultivada en tierras de la UFCo y transportada por sus ferrocarriles; una vez hecha azúcar era almacenada en sus unidades y embarcada en su flota. En Estados Unidos era procesada por la Revere, refinería propia, que trataba casi todo el producto procedente de la Isla.
Por cuestiones climáticas en Cuba solo es posible moler caña entre los meses de diciembre y mayo. El resto es tiempo muerto. “El que tenía sueldo el año entero no tenía problemas, pero el que vivía de la zafra, cuando se acababa, comía piedras”, dice Pipoy. Entonces la United entregaba fichas: un tipo de crédito que permitía a sus trabajadores comprar comida y algunos efectos en las tiendas de la compañía. Después descontaban ese dinero del salario. “Por eso”, dice Miguel Ángel, “uno podía estar meses trabajando sin cobrar”. El crédito también era una forma de control: obligaba a la persona a retomar sus labores, por lo menos, hasta saldar la deuda.
En el hospital de Preston, negros y blancos eran atendidos en salas diferentes. Gratis, si se trataba de un accidente laboral. Cualquier otra consulta había que pagarla, incluido el dentista. Aquella ficha también contaba para gastos médicos.
La United tenía influencias políticas en América Latina. En 1901, por ejemplo, fue contratada por el gobierno de Guatemala para administrar su servicio postal. Tres años después, el presidente Manuel Estrada Cabrera le otorgó una concesión de 99 años para construir y mantener la principal línea ferroviaria de ese país. Con el tiempo, adquirió suficiente poderío como para impulsar polémicas leyes y promover gobernantes de su confianza, como Juan Manuel Gálvez, que asumió la presidencia de Honduras en 1949, después de haber sido abogado de la UFCo.
En Cuba se mantuvo casi siempre al margen de estos asuntos. Mantenía relaciones con la guardia rural –le facilitaba casas libres de arriendo; le consentía todo tipo de peticiones– y pedía protección al gobierno de Estados Unidos ante cualquier insurrección en la Isla.
Los primeros reportes de huelgas obreras en ambos centrales datan de 1916. Al principio solo pequeños grupos exigían mejoras salariales, y la United podía manejarlos a golpe de represiones o consensos mínimos. Pero cuando las protestas empezaron a ser masivas, tuvo que ir cediendo cada vez más. La más furiosa de estas confrontaciones ocurrió en 1925 y fue organizada por la Unión Obrera de Banes, organización gremial nacida dos años antes. Los huelguistas reclamaban menores precios para el alimento y el alquiler, arreglos en sus viviendas; amenazaron con paro general. La United, que había aceptado ceder ante las demandas menos peliagudas, acabó por apelar a la Alcaldía Municipal, que obligó a los obreros a volver a sus funciones.
A partir de la década del treinta la compañía empezó a modificar su actitud hacia la política cubana, pues surgieron campañas antimperialistas ante las cuales nunca se mantuvo neutral. Por eso causó tanta simpatía la ascensión al poder de Fulgencio Batista, quien, por demás, había nacido en Banes. Batista visitó las instalaciones de la UFCo en varias ocasiones, y fue recibido con cortesías y banquetes, incluso después del golpe de Estado que lo llevó nuevamente al poder en 1952.
Mientras, explica Zanetti, “el descontento obrero tomaría un cauce político, en consonancia con la creciente rebeldía de amplios sectores de la población que no tardó en desembocar en una lucha armada”.
El 31 de diciembre de 1958 el Ejército Rebelde ocupó Preston, y el primero de enero casi nadie acudió al ingenio. El pueblo festejaba. El triunfo de la Revolución dio paso a un juego de poderes entre el nuevo gobierno cubano y la administración de Dwight D. Eisenhower en Estados Unidos.
En mayo de 1959 la Ley de Reforma Agraria despojó a la United de sus tierras, y en julio de 1960 Eisenhower aprobó reducir la cuota azucarera que la Isla enviaba a esa nación. En principio, rechazó la compra de 700 000 toneladas ya producidas.
Fidel Castro, entonces primer ministro del gobierno revolucionario, dijo que esta medida pretendía “rendirnos por hambre y doblegar a nuestro pueblo”, así que en respuesta el gobierno cubano autorizó la nacionalización de bienes o empresas estadounidenses.
El 6 de agosto de 1960, Fidel anunció la expropiación forzosa de 26 de esas empresas, entre ellas la UFCo, mediante la Ley no. 851 del 6 de julio de ese año. En discurso pronunciado durante el acto de clausura del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, entre exclamaciones de “Bravo” y “A los yanquis dales duro”, el Comandante en Jefe explicó que estas empresas serían indemnizadas en bonos, “con un fondo que se constituirá con la cuarta parte del valor de lo que nos compren de azúcar por encima de 3 millones de toneladas […], siempre que sea a un precio de 5,40 dólares el quintal, o más”. Dijo, además, que el plazo para pagarlo era 50 años.
Siete años antes, el gobierno comunista de Jacobo Árbenz en Guatemala, mediante una Ley de Reforma Agraria, había expropiado 209 842 acres de tierra a la UFCo que repartió entre campesinos. Árbenz había prometido una indemnización de unos 627 000 dólares, pero la compañía lo consideró injusto y emprendió una campaña contra el guatemalteco en los medios de prensa estadounidenses; además presionó al gobierno de ese país hasta que, finalmente, Árbenz fue derrocado en 1954, mediante un golpe de Estado que perfiló la CIA.
Miguel Ángel García recuerda que los gringos lloraban mientras salían de Preston. “Imagínate”, dice, “ellos aquí vivían como reyes”. En los primeros años de Revolución no hubo cambios notables, por lo menos en la rutina del obrero común. Pipoy, que había ascendido a fogonero, se puso a practicar en una grúa y se hizo gruero. Miguel Ángel siguió en la cuartería y a veces, en tiempo muerto, tenía que irse a cualquier otro pueblo a sembrar cebolla y ajo. El cambio verdadero, el trascendental, lo resume en una línea: “No es igual trabajar con esa gente que con nosotros mismos”.
Preston, después de nacionalizado, fue visitado por Árbenz y rebautizado como Guatemala.
Las propiedades de la United en Cuba superaban las 8 000 hectáreas (Preston: 5 191; Boston: 2 962). Eran, en extensión, similares a las que poseían en Costa Rica y Guatemala juntas, y representaban el 19,3 % de sus tierras en naciones centro y sudamericanas. Sin embargo, en cuestión de dimensiones, apenas ocupaba un quinto puesto en el ranking de los monopolios norteños que operaban en la Isla. Aun así, el negocio era rentable. El valor producido en la zafra de 1920 sobrepasó los 32 millones de dólares con un costo de producción menor de 125 000. En 1957 las ganancias habían disminuido, pero seguían siendo sustanciales: más de 21 millones de dólares con costo de producción poco mayor de 185 000.
Por eso es, de cierta forma, entendible que la United Fruit Company intentara acabar con Fidel Castro. Según The New York Times, dos cargueros de la UFCo fueron utilizados durante el intento de ocupar Cuba en 1961. Estos buques tenían la misión de transportar “hombres, municiones y material” hacia la llamada Bahía de Cochinos, por donde ocurriría la invasión, supervisada por la CIA. “Todo fue muy secreto. Nuestra propia junta directiva no lo sabía”, escribió Thomas McCann, vicepresidente corporativo de la compañía hasta 1971.
En 1961, la invasión a Bahía de Cochinos fue liquidada en menos de tres días. En Preston, Miguel Beltrán terminaba sus estudios y aceptaba un puesto de mecanógrafo por 148 pesos mensuales, y Miguel Ángel salía por fin de la cuartería, no porque el nuevo gobierno aplacara su miseria, sino porque se mudó con sus suegros en cuanto se casó.
En aquella casa vivía una decena de personas. Miguel Ángel quería independencia y empezó a ahorrar dinero hasta que pudo levantar la suya, con sus manos, en la avenida de Washington, a la que renombraron Catanga a principios de los sesenta.
Nueva York y Brooklyn aún se llaman tal cual, pero Guatemala ya no es un batey próspero. Desde que en 2002 las autoridades cubanas decidieron cerrar 71 de los 156 centrales azucareros que había en la Isla, Guatemala empezó a desmoronarse.
Durante años, parte de los trabajadores del ingenio se dedicaron a desmantelarlo cuidadosamente, de manera que algunas maquinarias fueran reutilizadas; la armazón, sin embargo, siguió en pie, y muchos empezaron a tumbarla con mandarrias para llevarse bloques.
Desde la carretera hoy se ven las cuatro torres destruidas, un taller automotriz, la línea donde se herrumbra la grúa que manejaba Pipoy, y un monte interminable. Mientras uno se interna aparecen locales donde quedan logotipos del Ministerio del Azúcar, consignas triunfalistas. En el suelo hay cimientos de paredes que ya no están y montones de escombros. Tras rejas, a la derecha, cuatro silos de maíz donde labora una docena de extrabajadores del ingenio. Algunas mujeres fueron empleadas en una envasadora de espaguetis. Algunos se sumaron a un programa de superación para trabajadores azucareros, que los preparaba en sectores como contabilidad e ingeniería agropecuaria, mientras recibían “una remuneración decorosa basada en el salario que devengaban”, según Fidel. Otros se hicieron pescadores.
En Guatemala, más allá de ruinas y memoria, queda poco de la UFCo. La palabra Preston en la fachada de la oficina de correos, unos cuantos objetos en un museo. Por eso nadie concibe que la empresa, que cambió su nombre a Chiquita Brands International en 1984, pudiera reclamar mediante el título III de la Ley Helms Burton algo más que una compensación monetaria por Preston. Sus propiedades no. No hay nada allí.